No cabe duda, claro que se le pasará. Se le pasará lo que
está sintiendo en ese momento. Puede que esta vez haya sido una rabieta porque
no quiere comerse el pescado. O que ha tirado la cuchara contra el suelo, o contra
su padre, madre o hermano. Quizá una patada en la puerta de la cocina mientras
sube cabreado y “jurando en arameo” a su habitación, con un portazo como
colofón. Sí, claro que sí, eso se le pasará.
Pero si nos preguntamos qué será lo siguiente, en ese momento
parece que un inusitado optimismo, salido de la esperanza ciega, nos invade,
haciendo que dejemos pasar esa situación como un simple episodio sin
importancia.
En realidad, lo que viene detrás de eso, si no se hace nada
por cambiarlo, son rabietas, cómo mínimo, de la misma índole. Pero esto hace
que el propio niño adquiera el control de esas situaciones, sabiendo,
asimilando y practicando que con un cabreo, golpes, gritos o escapadas a su
cuarto, conseguirá el efecto deseado. En unos casos será no comer aquello que
no le apetece, en otros conseguir que le compres la mochila de moda o un nuevo
móvil… Y después de unos años, ya en la adolescencia, será pedir la paga con
amenazas, faltas de respeto o, como en los casos más extremos, amenazar con un
cuchillo a sus padres hasta que consiga lo que quiera.
Y ahí es cuando ya si, necesitamos ayuda. Un psicólogo, un
coach especializado, un trabajador social acompañado de la policía,… cualquiera
de las opciones es tan real como la vida misma.
Pero tranquilos, ya se le pasará.